El recodo del río es de esos libros que uno se lee de un tirón y que te deja con una sonrisa plácida en los labios. Por la sencillez de la historia, por la empatía que se crea con los personajes, por los escenarios que se recorren y por muchísimas cosas más. Los escenarios aludidos son los que una tiene la suerte de habitar y, además, ya estaban presentes en otra novela anterior de Pedro Amorós, Bajo el arco en ruinas. Es el caso de la calle Montijo de Murcia, que vuelve a ser un eje fundamental en la historia, al igual que ocurre con los mismos personajes, relacionados en ambos libros. Hay elementos que se repiten como una constante: los arcos, las ruinas, las tragedias grecolatinas, los libros... A pesar de todo pueden leerse perfectamente por separado.
La ceguera, ligada a una tremebunda soledad, es la absoluta protagonista. Del mismo modo, se hace presente la tristeza que aísla y ahoga y encierra en sí mismas a esas personas que transitan por ese topos común de la calle Montijo. Los personajes calan muy hondo: el ciego Luis Cerezo, la prostituta Dorotea Pineda, Vada, la niña-lazarilla o su abuela Lucía, la única luz en la vida del ciego hasta la llegada de las otras dos mujeres. También el extraño Doctor Mabuse, autor del libro bajo el sugerente título de Desengaño.
Al final de cada capítulo, como una letanía constante, se inserta una noticia internacional acontecida el día en el que transcurre la historia cotidiana, durante el verano de 2007. Noticias que suenan como cuando se ve la televisión sin escucharla y que en realidad empequeñecen las historias del día a día. Pero el lector, como el que ve la televisión sin verla, se queda con la complejidad de la vida diaria, con las cosas que suceden a su alrededor y que, tan sólo en apariencia, pueden parecer cosas simples. Como las simples tragedias vividas en soledad de las tantísimas que existen en el mundo. O como las pequeñas noticias arrinconadas por los grandes titulares que copan las hojas de los periódicos.
Todo concluye con la visión de un magnífico cuadro, un paisaje de Patinir del Museo del Prado, con un fondo de magistrales tonalidades azules.
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