Estas dos buenas novelas negras tienen un autor de excepción, el irlandés John Banville que para la ocasión escribe bajo un sugerente pseudónimo, Benjamin Black. Es como si este autor de reconocido prestigio no pudiera cultivar este género, dando la razón a los que subestiman la novela de entretenimiento, como nos decía en la entrada anterior Pedro de Paz. Aunque si observamos la cubierta de la editorial Alfaguara lo que nos atrae precisamente es eso, alguien que escribe bajo un pseudónimo cuyo apellido lleva la palabra black, negro, además de la buena fotografía con atmósfera años cincuenta que la ilustra.
Ambas son novelas de espíritu irlandés impregnadas de un aire de tristeza, de esos que se pega a la ropa y no se va, pero no como el humo de cigarrillos sino como el humo de un buen habano. También tiene sabor a viejo, a madera vetusta, a whisky de malta de varios años. No las protagoniza un policía o un detective de esos que portan siempre una Beretta, sino un forense, Quirke, que trabaja con unas técnicas muy lejanas a los CSIs o a los ADNs, aunque eso es lo de menos. Un hombre dominado por el alcohol, por los fantasmas del pasado, por la culpa. No es perfecto como tampoco lo son el resto de personajes que van apareciendo en la novela, que ocultan pasados poco transparentes y trapos sucios.
En El secreto de Christine el lector va descubriendo lo que hay detrás de las apariencias, el carácter verdadero de los personajes. Tiene un factor sorpresa mayor que El otro nombre de Laura. Yo las leí en dos veranos diferentes, la segunda este mismo verano de 2008. Fue un placer retomar de nuevo al personaje de Quirke, que vuelve a aparecer, si cabe, más entristecido y atormentado. En ambas siempre hay una víctima de la que nadie parece preocuparse demasiado pero que atrae poderosamente la curiosidad del médico que no se limita a diseccionar cuerpos sino que se pregunta qué hay detrás de esas muertes. Así, el protagonista aunque no sea perfecto, atrae las simpatías del lector, porque es el único que parece buscar cierta justicia aunque a veces esta búsqueda pueda volverse contra sí mismo y contra los suyos.
Es literatura de excepción muy recomendable para estos últimos días de otoño de sofás y mesas de camilla.
Ambas son novelas de espíritu irlandés impregnadas de un aire de tristeza, de esos que se pega a la ropa y no se va, pero no como el humo de cigarrillos sino como el humo de un buen habano. También tiene sabor a viejo, a madera vetusta, a whisky de malta de varios años. No las protagoniza un policía o un detective de esos que portan siempre una Beretta, sino un forense, Quirke, que trabaja con unas técnicas muy lejanas a los CSIs o a los ADNs, aunque eso es lo de menos. Un hombre dominado por el alcohol, por los fantasmas del pasado, por la culpa. No es perfecto como tampoco lo son el resto de personajes que van apareciendo en la novela, que ocultan pasados poco transparentes y trapos sucios.
En El secreto de Christine el lector va descubriendo lo que hay detrás de las apariencias, el carácter verdadero de los personajes. Tiene un factor sorpresa mayor que El otro nombre de Laura. Yo las leí en dos veranos diferentes, la segunda este mismo verano de 2008. Fue un placer retomar de nuevo al personaje de Quirke, que vuelve a aparecer, si cabe, más entristecido y atormentado. En ambas siempre hay una víctima de la que nadie parece preocuparse demasiado pero que atrae poderosamente la curiosidad del médico que no se limita a diseccionar cuerpos sino que se pregunta qué hay detrás de esas muertes. Así, el protagonista aunque no sea perfecto, atrae las simpatías del lector, porque es el único que parece buscar cierta justicia aunque a veces esta búsqueda pueda volverse contra sí mismo y contra los suyos.
Es literatura de excepción muy recomendable para estos últimos días de otoño de sofás y mesas de camilla.
1 comentario:
Me habían llegado buenas referencias del autor, pero no he leído aún nada de él. Me lo apunto para perdírmelo en Reyes. :-)
Gracias, Wunderk.
Saludos,
Pedro de Paz
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